El término karma es ancestral. Constituye la palabra sánscrita más arcaica existente en la más antigua lengua culta indoirania, la cual posteriormente dio origen a la lingüística indoeuropea.
Esta palabra hace referencia a la ley universal absoluta de la compensación, consistente en la retribución existente entre los factores de causa y efecto, cuyo funcionamiento se basa en la ejecución del mecanismo reflejo de acción-reacción de la naturaleza.
En las filosofías orientalistas del hinduismo y el budismo, el factor karma contempla la manifestación de la acción dinámica del hombre, de crear causas y consecuencias. El karma cumple la misión de ajustar los efectos causados artificialmente armonizándolos con la naturaleza y actuando en paralelismo simbiótico total con la ley cósmica de equilibrio, existente entre el macrocosmos y el microcosmos, que sirve de base a la interacción del universo.
Existen 3 tipos de karma: “acumulado”, que es consecuencia de acciones pasadas y todavía no compensadas; el “maduro”, que es producto del propio camino que constantemente traza el ser humano construyendo su propio destino; y el “incipiente”, que es el futuro o consecuencia del anterior y es resultado de acciones pasadas, las cuales darán sus frutos kármicos en el futuro.
En el orientalismo, el karma designa la disciplina filosófica del yoga físico, basado en la acción del cuerpo en pos de la consecución del ideal de la perfección espiritual y material, el cual se encuentra por encima de cualquier tipo de egoísmo personal.
En psicología, el karma tiene su equivalencia en forma del inconsciente colectivo de las masas, cuya manifestación es producto de la fuerza colectiva del grupo de personas y generadora de determinadas situaciones sociológicas colectivas.
Karma se refiere a la dimensionalidad positiva o negativa de todos nuestros actos y de su correspondiente reacción posterior.
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