Cuando despertó, descubrió que se hallaba en una Luna. Un murmullo de felicitaciones y de enhorabuenas, procedente de todos los confines del universo, le llegó con claridad. “¿Qué acontecimiento puede provocar palabras tan estimables?”, se preguntó ignorando ser la protagonista de tanto alboroto.
Enseguida fue consciente de que aquella Luna no era gran cosa; de hecho, su horizonte podía alcanzarse casi con la mano; y a pie, cubrirse con unas pocas zancadas.
-El planeta azul es tu destino, pero antes de ir allí habrás de visitar las nueve Lunas, empezando por ésta en la que estás ahora –dijo una amable vocecita procedente de atrás de su oído.
Tras girarse, descubrió que un diminuto ser alado suspendido en el aire envuelto en el zumbido de sus brillantes alas.
-Soy el hada de la conciencia –dijo sin más explicaciones.
-¿Qué, quién?, ¿un hada?
-Te concedí el don de la conciencia hace tan sólo unos segundos. Esa es mi tarea y vengo haciéndola desde eones de años, sin parar ni un minuto. Y un minuto es justo el tiempo que puedo dedicarte antes de continuar con mi cometido.
-¿Qué es un minuto? –le preguntó con curiosidad la conciencia.
-Es el tiempo que me quedaría en silencio, sin hacer nada, contemplando ese hermoso planeta azul de ahí abajo –suspiró mientras señalaba el planeta más hermoso de la galaxia.
-Sí que parece un buen modo de ocupar un minuto. ¿Probamos?
-Ni tú ni yo tenemos un minuto que perder. Ahora atiéndeme y presta mucha atención. Pronto visitarás la Tierra, de momento te encuentras sólo en la antesala. Esta es la primera Luna, y la más importante, porque en ella acabas de recibir el hálito de conciencia que es una réplica, a pequeña escala, del gran espíritu del universo.
-¿De verdad eres un hada? ¿Podrías llevarme sobre tu espalda hasta el planeta azul?
-Mis alas son pequeñas y no resistirían. Y cuando regresara, este satélite estaría abarrotado de conciencias recién llegadas, como la tuya, aguardándome. No puedo descansar ni un día. ¡Qué lástima!, ya pasó el minuto y no puedo quedarme a conversar tal como me gustaría… Ahora debo ir al otro lado de la Luna a recibir a otra conciencia. Despidámonos. Cierra los ojos y desea con toda el alma alcanzar la siguiente Luna.
-¿Eso bastará?
-Con creer basta.
La conciencia iba a formularle una pregunta pero el hada ejecutó una pirueta y desapareció en el horizonte; y cuando quiso darse cuenta, ya estaba solo de nuevo… así que siguió las instrucciones y deseó llegar a la siguiente Luna.
El alunizaje fue abrupto y accidentado. Algo normal para una conciencia inexperta. Después de sacudirse el polvo lunar, fue recibida por la única habitante del satélite: el hada del olvido.
-Lo primero es lo primero –dijo con autoridad.
El hada puso el dedo índice sobre la conciencia y le ordenó silencio.
-¿Qué haces?
-Cumplo con mi cometido.
-¿Y cuál es si puede saberse?
-Hacer que olvides todo antes de este instante.
-Vaya, es cierto, no sé quién soy, quién he sido, ni qué hago aquí en este momento –reconoció la conciencia aturdida.
-Si quieres visitar el planeta azul has de olvidarlo todo. Nada de recuerdos. Soy la responsable de poner tu memoria a cero.
-Debe ser triste no tener pasado, ni vivencias para recordar –se lamentó.
-Descubrirás que muchas veces lo triste es precisamente traer recuerdos al momento presente. Alégrate. Por no tener, no tendrás ni malos recuerdos.
-No recuerdo qué hago aquí ni lo siguiente que debo hacer… ¿me lo recuerdas?
-No te apures, prosigue hasta la Luna vecina. Cierra los ojos, confía en mí. Sé bien lo que debo hacer.
Y dicho esto, el hada del olvido tomó impulso, la volteó una, dos, tres veces y proyectó la conciencia hasta la siguiente Luna.
La siguiente Luna era algo mayor que la anterior, tal vez una docena de conciencias podrían acomodarse en ella aunque con alguna apretura.
-Puedo oír todos tus pensamientos y sentir tus emociones –dijo una pequeña hada que se acercó volando, salida de la nada.
-¿Qué clase de Luna es esta?
-La Luna del talento y los dones personales. Yo te ayudaré a conectar con tu habilidad más valiosa. Para ello sólo necesito saber qué misión quieres cumplir en el planeta azul.
-No lo sé… estoy confundida. Si tan siquiera…
-¡Siempre igual, llegáis tan desorientadas! –exclamó el hada-. Veamos si puedo ayudarte. Cierra los ojos y desciende hasta el puro centro de tu ser.
-¡Ya! –dijo enseguida y satisfecha.
-Bien, desde ahí, ¿qué es lo que más te emocionaría?
-Cultivar un jardín lleno de flores –dijo espontáneamente como si lo llevara grabado a fuego desde el principio de los tiempos.
-Así sea entonces –dijo el hada mientras soplaba de su mano el polvo de los deseos.
La conciencia estornudó y materializó al instante una lágrima.
-Veo que te emocionaste; elegiste con el corazón. Desde este mismo momento te concedo todas las cualidades necesarias para desempeñar tu misión a la perfección: delicadeza, paciencia, amor, entrega… Sin duda serás un gran jardinero.
-Ahora me tengo que ir. Debo seguir repartiendo talento sin más demora. Algo más antes de que te vayas: nunca olvides que el gran espíritu del universo depositó en ti esta habilidad. No la sientas como tuya, sino como un don que crece a través de ti a medida que lo ejercitas.
-Lo tendré en cuenta siempre. ¿Y ahora?
-Ahora como ya puedes hacer volar un sueño, sueña que estás en la siguiente Luna. Tus deseos se han concedido incluso antes de que los hayas formulado. Y así será siempre que creas en ellos.
Antes de poder expresar su disposición, ya se encontraba en una nueva Luna, la cuarta. Allí en el centro de su blanca superficie, lo recibió el hada del propósito.
-Bienvenida, nueva conciencia. Has llegado hasta aquí para combinar tus nuevas y recién adquiridas habilidades con un propósito de vida.
-¿…?
-Una misión, un fin, ¿está claro? Algo que dé sentido a tus días en el planeta azul, no sé si me explico.
-Creo entender: una misión que inspire lo mejor de mí para ser entregado a los demás.
-Exacto, eso es. Dime, ¿cuál es tu habilidad, el precioso don que recibiste en la Luna anterior?
-Tratar con amor a las plantas, a las flores y los árboles del planeta.
-Entonces tu misión es…
Como no obtenía respuesta elevó el tono de su voz: ¿¡Eeeesssss!?
-¡Hacer del planeta un lugar más hermoso! –exclamó por fin la conciencia.
-Bien, veo que has comprendido. Entonces te concedo este digno propósito para que bendiga tu vida y todas las vidas de quienes se beneficien.
Y dicho esto, el hada del propósito sopló con todas sus fuerzas y la conciencia voló hasta la siguiente Luna…
-Creía que nunca llegarías –dijo una espabilada hada.
-¿Me esperabas? ¿Nos conocemos?
-Sí, a lo primero y sí a lo segundo. Soy el hada del destino. Según lo que se cuenta en las Lunas, posees unas habilidades especiales y un gran don que desarrollar, además de un propósito vital que cumplir. Por ello, te concedo un destino. Un destino adecuado para poder cumplir tu misión.
-¿Cuál será mi destino?
-El que tú elijas. El destino está predestinado y se elige mediante el libre albedrío, a la vez. Piensa en lo que quieres hacer con tu vida. Y esa elección determinará tus pasos.
Pasó un minuto de silencio lleno de certezas y el hada por fin concedió:
-Así sea: que tu destino te alcance. Ahora salta a la siguiente Luna sin temor, pues a partir de este momento nada ni nadie podrá separarte de lo que es tu mayor bien.
En la sexta Luna, le esperaba el hada de la magia.
-¡Bienvenida seas conciencia! Ya sabes que dentro de poco visitarás el planeta azul, el lugar de mayor encanto de toda la galaxia. Pero para prepararte para esta anhelada visita necesitas convertirte en mago. Desea ser mago y tendrás una vida llena de magia. Para crear algo y poder manifestarlo no es preciso más que la firme intención. Basta con creer ciegamente en tu propio poder y renunciar a las supuestas limitaciones.
-Entonces, decido creer en el poder creativo de mi magia –afirmó la conciencia con tono resuelto y decidido.
-Bien, así será. La magia te ha sido concedida. Cuando estés en el planeta azul, nunca te olvides del poder y la responsabilidad que significa ser mago. Muchas conciencias, una vez allí, lo olvidan y pierden el poder. O peor aún, se lo niegan a sí mismas por miedo a asumirlo.
-Lo tendré presente. Esta conciencia será escrupulosa en este extremo.
-Para que así sea, lo recordarás cada vez que mires el cielo estrellado: cada lucecita titilante será un sueño del corazón parpadeando para ti, recordándote que quiere existir a través de ti.
-¡Qué hermoso recordatorio será contemplar la noche de los sueños!
-Sin duda, pero ahora debes seguir a la siguiente Luna, para ello empieza a usar el poder de tu magia y ordena: “Deseo estar allí”.
-Deseo estar allí.
Y al instante allí se hallaba. En todo el satélite podía escucharse un monótono tic-tac que nadie podría decir de dónde venía. Enseguida le recibió el hada del tiempo.
-Has llegado hasta aquí para que te regale tiempo. Allí a donde vas lo necesitarás pero, recuerda que en el fondo eres una conciencia intemporal, eterna. El tiempo es sólo un escenario para delimitar tu estancia en el planeta azul. Sin embargo, cuando lo abandones, se te despojará de él pues su utilidad es relativa. Pasarás un minuto en cada Luna: nueve Lunas, nueve minutos; sin embargo, en el planeta azul este tiempo equivale a… ¡nueve meses!
-No sé si me gusta la idea. Parece amenazante. ¿Qué me ocurrirá si acepto tu regalo?
-Nada mientras no luches contra él y no lo percibas como un inconveniente. Aprovecha y ama cada instante porque no volverá. Vive siempre en el momento presente.
Para darte el tiempo, te impongo una fecha que se convertirá en tu “principio” –dijo el hada del tiempo-. Pondré un reloj intangible dentro de ti. A partir de ahora, perderás momentáneamente la eternidad e ingresarás en la dimensión temporal.
El hada del tiempo bendijo la conciencia; y en ese mismo instante, se pusieron en marcha las agujas del tiempo concedido.
-Ahora, tienes tres segundos para llegar hasta la próxima Luna: uno, dos…
Y tres. Allí estaba, en la octava Luna, la Luna material, habitada por el hada del mundo vivo.
-Estás en la más grande y la única Luna que los habitantes del planeta azul conocen: la Luna. Pero como ya sabes, existen otras ocho que, sin embargo, son invisibles a los ojos de quienes no creen en lo intangible. Las conciencias acaban creyendo únicamente en lo material y entonces se pierden la mitad. Debes sabes que el planeta azul está rodeado de nueve Lunas: crecientes, menguantes, llenas y nuevas. Blancas, añiles y rosadas. Pronto visitarás la novena y última Luna de tu travesía.
-¿Cuándo esté en el planeta azul, podré mirar el cielo y verlas todas?
-Eso depende. Si crees y ves desde el corazón, te aseguro que tu percepción se expandirá. El planeta azul es un mundo vivo. Todo en él posee la inteligencia del amor que lo ha creado aunque parezca inerte. Nunca lo olvides o dejarás de comprender muchas cosas importantes.
-Y dime, ¿cuál es la última Luna que he de visitar?
-La Luna de las lágrimas. Pero antes de ir allí, has de tomar conciencia, por primera vez, de la materia y sentir su pesantez. Yo te concedo la apariencia para que le sirva de espejo a tu conciencia.
Mira, la última Luna está justo ahí debajo. Salta, déjate caer en ella, ahora la gravedad te ayudará a alcanzarla sin ningún problema.
-Tras dar un salto al vacío, la conciencia cayó en la superficie de la novena Luna, la última, donde le recibió el hada de las lágrimas. Sobrevolándole, dio dos vueltas a su alrededor y le dijo:
-Una última advertencia: cuando llegues al planeta azul llorarás. Es lo normal. Igualmente te deseo que cuando llegue el último día de tu estancia allí, seas tan amado que las lágrimas broten en quienes te despidan. Como experimentarás en primera persona, existen lágrimas que surgen del amor y hacen bien al corazón.
-¿Vas a enseñarme a llorar?
-Sí, y te concederé un instante de comprensión absoluta en el que todo será una certeza para ti. Pero después tus primeras lágrimas borrarán todo recuerdo de lo aprendido durante esta travesía por las nueve Lunas, aunque tu alma custodiará tus memorias.
El hada dejó correr una lágrima por su suave mejilla, la recogió con la yema de su pequeño dedo índice y con ella, humedeció la mejilla de la conciencia.
-Es tiempo de descender al planeta azul.
Sintió una gran presión en todo su cuerpo y notó que alguien tiraba de él con fuerza. Hacía frío, se percibía pesado y torpe. Entonces, aun con los ojos cerrados, vio algo sorprendente: la pista de aterrizaje del planeta azul estaba llena de cientos de hadas dándole la bienvenida. El brillo de sus alitas iluminaba el ambiente circunstante y su dulce voz –cantando su hermosura- acarició sus oídos. Un instante después, sintió una palmada en su pequeño cuerpo. Una bocanada de aire penetró en su organismo y echó a llorar. Y, como debía ocurrir, esas primeras lágrimas borraron completamente su memoria.
-Aquí lo tiene, es un niño precioso –dijo la comadrona mientras ponía al recién nacido sobre el pecho de su madre.
Raimon Samsó
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